Virginia en el país de las maravillas
Por Fernanda Juarez*
Una colaboración de nuestra colega Fernanda Juarez nos acerca en esta ocasión a la obra de la artista visual Virginia Vera. La contemplación de la obra, el camino que recorre y la acerca a otras artes, el silencio que permite crear un marco necesario para ver, en este caso, a una artista exquisita y consciente del entorno que la rodea y el respeto que merece. Fernanda como siempre escoge certeras palabras y las hilvana con magia y precisión para describir y al mismo tiempo, rendir homenaje y resaltar una obra tan bella. Con ustedes una nota cálida y sublime. Desde El Árbol no podemos más que agradecer esta participación con la que nos sentimos muy halagados. Pasen, lean y permitánse la sorpresa de descubrir los mundos que habitan dentro de una obra.
DIBUJOS
Virginia en el país de las maravillas
En la obra de Virginia Vera sobresalen dos figuras: niños y animales. Desde hace tiempo, la artista riotercerense viene trabajando con el concepto de “familia multiespecie” y sus dibujos parecen un anticipo de los debates actuales sobre la forma en que los humanos nos relacionamos con los animales. En cada trazo hay una suerte de revelación sobre esos “seres sintientes” -nuestras mascotas- y una sutil proclama en contra del maltrato, el abandono o la comercialización de animales y a favor de la convivencia amorosa entre todos los habitantes del planeta.
Con clara influencia cortazariana, Virginia Vera introduce el elemento fantástico como aspecto fundante del vínculo que los humanos tejemos con los animales y que tiene a la infancia como punto de partida. Entre tantas criaturas, podemos encontrar al oso de las cañerías, el caracol Osvaldo, y hasta el conejo blanco de Alicia en el país de las maravillas. Ese animal-señuelo que nos tienta a perseguirlo en una carrera desenfrenada que desembocará en un mundo de aventuras y descubrimientos.
En la obra de Virginia Vera, los animales se muestran en un rol protector: son ellos los que cuidan a los niños. Los envuelven, los abrazan, los cubren, los toman de la mano y hasta aparecen recreados en una escala diferente a la real. Esto le permite a la artista sugerir una especie de paridad o semejanza en esa relación. Quizás ahí radique el mayor acierto de estos dibujos: no se apartan del punto de vista que asume el niño en el momento en que descubre la presencia de un animal. Y Vera dirige todos sus esfuerzos en esa dirección, en pos de develar el secreto de la savia que nutre ese vínculo: una amistad compuesta, fundamentalmente, por dosis variables de ternura, sensibilidad y juego.
La experiencia de mirar
“Un dibujo es un documento autobiográfico que da cuenta del descubrimiento de un suceso, ya sea visto, recordado o imaginado”. La cita pertenece al crítico inglés John Berger, quien se muestra taxativo en su indicación: los dibujos no explican un misterio, más bien, lo descubren. Siguiendo esta línea de pensamiento, la obra de Virginia Vera enseña que la relación entre animales y humanos se basa en algo ininteligible y a la vez fascinante. Un cóctel de extrañeza, miedo y mucho amor. Berger –quien además de escritor era dibujante-, también dice que el secreto del dibujo no está en los movimientos de la mano sino en el mirar: “La observación de un artista no consiste solo en poner sus ojos a trabajar; es el resultado de su honradez, de su lucha personal por entender lo que ve”.
En este caso, la fusión de la expresión humana en la mirada de un animal, la cabellera de los niños confundida con el pelo de las criaturas salvajes o las posturas humanizadas –por ejemplo, sentarse en un silla y apoyar la mano con gesto pensativo sobre la mesa- que adoptan perros, osos o gatos, son algunas de las huellas que nos permiten un acercamiento a la singular experiencia de mirar de la artista. Una mirada focalizada en la relación de los humanos con la naturaleza, en la que se advierte un filón crítico sobre las formas destructivas que desde hace tiempo se instalaron como las únicas posibles en materia de convivencia en el planeta.
Multiespecie
Una característica de los dibujos digitales de Virginia Vera es que además de estar impresos en láminas, también aparecen estampados sobre distintos objetos: remeras, libretas, stickers, agendas, señaladores, calendarios, tazas. Esto los convierte –a través de una fusión entre técnicas de arte y diseño- en dibujos transportables, seriados y adaptados a una funcionalidad específica.
En algunos casos, se presenta una sugestiva articulación entre imagen y texto a partir de la creación de frases que aportan profundidad a este proceso de mostrar y comunicar ideas, propio del dibujo. Consciente de que, en el plano gráfico, la letra también es un dibujo, Vera incluye frases como “define parentesco” en un típico retrato familiar donde pueden verse a niños junto a osos posando por igual; o “amigo de bolsillo” para sugerir que un chico puede llevar a ese animal a cualquier parte o “no engañar” para referirse a una musaraña gigante que transporta a una niña en sus espaldas.
En otros, la artista incorpora breves descripciones de la fauna nativa –en un registro más explicativo- a partir de la recreación de relatos orales recuperados de su propio entorno familiar. Así, podemos aprender que el “osito lavador” es un animal de la familia de los mapaches que tiene la costumbre de lavar los alimentos antes de comerlos, o que el “puma concolor” no ruge sino que maúlla, chilla y silba o que el “guacamayo rojo” cumple una importante función como dispersor de semillas. La lista continúa con coatíes, cóndores, pingüinos, ballenas, halcones, gansos, yacarés, palomas, caracoles, gatos, sapos y huemules, entre tantos otros.
Pero es evidente que los cánidos tienen un lugar destacado en la obra de Vera, ya sean lobos, zorros, coyotes, perros o aguará guazúes, que en guaraní significa “zorro grande” y en la mitología toba es considerado el padre de todos los perros. Quizás por ese rol protector y su propensión a la complicidad, por su omnipresencia en los hogares o por el vínculo primordial que establecen con los seres humanos, Vera les reserva a estos animalitos de cuatro patas un sitio especial en su producción. Todavía resuenan las palabras de la artista -publicadas en un posteo reciente en redes sociales- con las que se refirió a la pérdida de su perro Elvis: “Sí, era mi familia. Sí, era mi hijo adoptivo (…) ¿qué clase de afecto es aquel que se encasilla y se encorseta bajo los preceptos antropocentristas egoístas, monotemáticos y simplistas que tanto daño le han hecho (y sigue haciéndole) al planeta? Tenemos que hacernos esa pregunta en voz alta urgente”.
Virginia Vera nos recuerda con sus dibujos -un lenguaje tan antiguo como el canto o la danza- que la vida de los humanos también fue, alguna vez, una vida animal. Y si el dibujo es una manera de hacer presente una ausencia (“abolir el principio de desaparición”, como expresa John Berger), entonces, la artista nos trae de vuelta algo que viene de algún tiempo tan remoto como desconocido: y es la inextinguible necesidad de compañía de los seres vivos, un impulso de hermandad que continuamente regresa –como un sueño o una imagen perdida- y nos confirma en el deseo de generar políticas amorosas y de verdadero encuentro con todo aquello vital que nos rodea.
Fernanda Juárez
Para quienes quieren conocer más de su trabajo o contactar a la artista, les contamos que la obra completa de Virginia Vera puede recorrerse en su red social instagram donde la encontramos como @virginiaveraarte
*Fernanda Juarez es Magíster en Comunicación y Cultura Contemporánea (Universidad Nacional de Córdoba). Docente en la UNC y en la Universidad Provincial de Córdoba. En 2018 publicó Al rescate de lo bello (Caballo Negro Editora), una compilación de textos del escritor y periodista Jorge Baron Biza, con quien colaboró en trabajos de crítica de arte. Participó en diversas publicaciones universitarias como Hoy la Universidad, revista Alfilo, Interferencia, entre otras.