«Sobre Los Orales de Alba Lunari» – Fernanda Juárez
La poesía de Alba Lunari nació para ser leída en voz alta. Por momentos, un viento caliente; por momentos, brisita fresca. Un soplo divino. Versos, como anillos de humo, que se vuelven nubes de verdad.
Sólo quien haya escuchado, alguna vez, a Alba Lunari leer un poema sabe que las palabras dichas por ella tienen la capacidad de tocarnos. Y sentirse “tocado” por una frase, o por una letra, ubica a la artífice de esos sonidos (y esas grafías) en otra dimensión. Es algo que sucede fuera de la jurisdicción terrenal. Algo que es casi imposible que ocurra dos veces.
Entre los brillos plateados de la luna y los dorados del amanecer, lo que ella dice ¿es pena o alegría? ¿Está todo bien o todo mal? Nunca podremos saberlo. Ahí es a donde nos lleva la autora: a permanecer extasiados entre las incandescencias del lenguaje y la perplejidad del no saber ¿Es primavera o invierno? ¿Estamos por reír o por llorar? ¿Es filosofía o religión? Nunca, nunca lo sabremos, por designio sagrado de la poesía escrita con glitter de estrellas, con dejos de otra vida, con palitos de yerbas serranas.
Atenta a la forma de las vocales y a las suavidades de la vida, nos advierte que es redondo el amor. Atenta a las coincidencias entre “magnolia” e “ignorancia” o entre “ombúes” y “sábanas”. La combinación idílica de las letras perfectas con las inestables cadencias del universo, finalmente, ahí radica el secreto.
Pero ¿qué es esto que nos trae la escritora? Imágenes en movimiento, recorridos, itinerarios, caminatas. El sonido mismo que discurre, como agua de lluvia por el asfalto o como audios de whatsapp. Los versos de una ciudad vacía o de una villa poblada por animales pequeños: palomas, murciélagos, ácaros, mosquitos, gorriones, grillos y polillas. Los seres vivos –casi los últimos de cada especie– en contraste con los materiales inertes de la urbe: el cemento, los ladrillos, las macetas, los supermercados, las heladerías y las casas abandonadas.
Y esa chica-corazón que todo lo mira, lo descubre al paso. En la góndola de Lunari todo está al alcance de la mano: cocacolas, alfajores, frutillas, lapiceras. Bolsas de nylon (que son palomas), frutas y cigarrillos. Mochilas, galletitas, lentes, llaves y bombones. Todo se procesa, se prensa, se fuma y se convierten en otra cosa. Gotero de luz. Un néctar precioso que le da sentido a la vida.
La impresora como una máquina de guerra. Son batallas de tinta las que libra la poeta. No todos saben que, finalmente, lo bello está hecho de derrota (y de deseo). Los dedos de la pianista como maestra de la prestidigitación amorosa. Todo es música, como la voz de Alba. El movimiento de las olas, los paseos en la playa y la presencia conmovedora del perrito. La costanera y esas aves –mirlos y flamencos– que no vienen al caso, pero que nos recuerdan lo absurdo e impredecible de la vida.
Bicicleta y tren. Siempre todo está en movimiento. Vino, empanada y el dealer en moto. Como dar vuelta las páginas de esa libretita del desconsuelo. Si hasta pagar impuestos es un acto poético. Un tratado sobre la destrucción y sobre cómo fue que los humanos convertimos al mundo en algo imposible.
Las finas transparencias del papel vegetal con dibujos de la misma autora –que acertadamente incluyó la editorial Cabecita Negra– completan una estética ideal: “Nací para dejar pasar/ el agua bajo los puentes y vieran/ con qué sutileza mis días se abocan a tal tarea ínfima / vieran cómo empujan / la siesta / los molinos invisibles / de los ríos”.
Sólo queda rendirse, arrodillarse, ante la delicadeza hecha revelación.
Sobre la autora:
*Fernanda Juarez es Magíster en Comunicación y Cultura Contemporánea (UNC) Docente de la UNC y en la Universidad Provincial de Córdoba. En 2018 publicó «Al rescate de lo bello» (Caballo negro editora) una compilación de textos del escritor y periodista Jorge Barón Biza, con quien colaboró en trabajos de crítica de arte. Participó de diversas publicaciones universitarias como Hoy la Un iversidad, Revista Alfilo, Interferencia, entre otros. Colabora con sus textos de curaduría y crítica de arte en El Árbol Cultura.
EL ÁRBOL CULTURA – «AMAMOS LO QUE HACEMOS, TRAZANDO PUENTES»