“Los muertos no ranchan donde los vivos”
El título es la primera línea de “Cometierra”, novela de Dolores Reyes.
Pero resulta que sí lo hacen y la única que puede verlos, escucharlos, ranchar con ellos, es Cometierra. Y
se quedan por acá por lo inconcluso de sus historias.
De alguna manera, a todas y todos los muertos se los traga la tierra. Y se llevan mucho por contar. Y
Cometierra es la que los escucha, y cuando la angustia se lo permite, describe lo que puede ver y oír.
En la novela se va construyendo un relato inquietante, que empuja a reconocer las diferentes formas de
habitar en este mundo.
Atraviesa la obra un sentimiento de incomodidad que se va corriendo a la delicadeza del bienestar en
pequeños detalles físicos. “Ya no sentí los pies mojados” dice Cometierra justo en el momento que su
acompañante le transmitía la calma que necesitaba. Su cuerpo lo acusa en un pequeño detalle. Algo que
parece insignificante, pero poder correr la atención más allá de lo molesto que pueden resultar las
zapatillas, medias y piel, húmedos y fríos. Y que ese frío que es capaz de llegar hasta la mitad de la
espalda deje de ser la centralidad del registro en su cuerpo, es marca suficiente para comprender cómo
su humanidad acusa el dolor, el placer, la angustia. No hay lugar cómodo con los dedos de los pies
arrugados por el agua dentro de las zapatillas. No hay tibieza que calme los temblores que recorren el
cuerpo, provocados por el frío que sube desde los pies.
Ese vaivén es su vida. Está tomada por esa oscilación entre el bienestar y la incomodidad. Y el camino y
el tiempo que debieran mediar entre un extremo y otro son casi inexistentes, las dos condiciones
alternan casi sin transformación.
Cada vez que un pedazo de tierra quiere decirle algo la desesperación y el desencuentro con esa
normalidad que anhela la dejan desenfocada durante bastante tiempo.
Nunca termina de acomodarse, parece imposible para ella, habitando siempre los mismos lugares,
poder salir de esos sentires.
El paso a cada plano, a cada manera de estar se da sin mediación, se activa por un aroma, un sabor. El
“embrujo de la tierra” dice ella.
Mientras la temperatura ambiente de la habitación en la que estaba leyendo llegaba a los 37 grados, en
la novela leía que una chica se ponía un tapado y comencé a sufrir. Sofocado. Sentía el agobio al que
puede someternos la naturaleza cuando está enojada, cuando quiere decirnos algo. Como esta tierra
quiere y puede comunicar.
Pude aceptar cómo es que lo físico estaba presente en mí como lector. Cometierra es la que interpela mi
bienestar, tanto que mí cuerpo acusa la incomodidad. Salgo del lugar elegido para leer, para habitar la
molestia del texto. Dolores Reyes me saca del sillón y me agobia con los vaivenes de Cometierra.
Finalmente, la redención parece ser, y acá es donde explota todo, la búsqueda de cada uno de los
personajes de la novela.
Necesitan ser encontradas, encontrados. Rescatadas. Sus cuerpos finalmente puestos a descansar y así
redimir a sus cercanos del dolor de no saber. Las diferentes formas de violencias a las que fueron
sometidas tienen que salir de esa oscuridad, de esa profundidad en la que Cometierra se transforma en
una luz guía, poniendo en juego su espíritu a modo de combustible para poder alumbrar.
Vivos, vivas y muertas. Libres y apresados, todos buscan en Cometierra a la rescatista.
Ella también necesita a quien pueda darle un escape a ese rol. Su redención siempre pendiente parece
lejana y hasta inalcanzable.
El mundo siempre necesitó sacrificar algunos pocos para la salvación colectiva. Son muchas las religiones
que apelan a la imagen del salvador y no le dejan la posibilidad de salida. La elección, la libertad de
decidir no es algo que asista a esos mesías. Son entregados al sufrimiento para salvar a muchos.
Los cristianos tenemos un Dios padre que en ocasiones es cruel, y sacrificó a su hijo para salvarnos del
pecado.
Mientras avanzo en el relato ruego que Cometierra pueda elegir. Que no sea ese sacrificio.
Reconozco que son sensaciones realmente intensas, lo acusa mí cuerpo.
Dolores Reyes me sumergió en una historia tan profunda como los lugares que explora Cometierra. Otra
lectura que queda dando vueltas y me atrevo a recomendarla.
*Gustavo Ramirez es Profesor de lengua y literatura. Lector y escritor. Autor, entre otros textos, del audiocuento visual Capucha (2020) y de más textos y ensayos que iremos compartiendo en las ramas de este árbol. Actualmente, Gustavo vive en la localidad de Almafuerte, Córdoba. Argentina.
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