La humana intensidad*
*Por Sergio Colautti
El 01 de Julio de este año se cumplen 30 ya sin la existencia física de Daniel Moyano, músico y escritor argentino, cordobés para ser más específicos, que luego se radicó en La Rioja y que falleció en el viejo continente, lugar que eligió para exiliarse. Su obra sin embargo, permite que el legado y sobre todo la claridad de su prosa, la profundidad de sus textos, sus cuentos, sus obras, permanezcan entre nosotros.
Hasta El Árbol Cultura nos llegó y recibimos llenos de emoción, un texto de Sergio Colautti, escritor también, crítico literario y amigo de Moyano. En este texto, Colautti repasa sus últimos textos, escritos desde Madrid, en el exilio. También incluye fragmento de una carta que Daniel le envió en noviembre de 1989. Es un inédito de Moyano, claro.
Pasen, lean y disfruten como nosotros este texto, permitánse conocer en esta nota, parte de la obra de Moyano y la lectura y extracción de parte de esos escritos de la mano de Colautti.
Treinta años sin Daniel Moyano/ Una lectura de sus ùltimos textos
La humana intensidad
Dónde estás con tus ojos celestes”, la última novela de Daniel Moyano, en borradores al momento de su muerte, en 1992, cierra la perfecta parábola de su escritura. La primera parte de su obra -escrita en Córdoba y La Rioja- expone el desencuentro de sus personajes en los pueblos natales y la imposibilidad de la salvación individual, social y metafísica. La segunda -desde el exilio madrileño- avanza en la búsqueda de un sitio donde se alojen la memoria y el deseo, como una forma de eludir la mecánica del matar que diseñan el poder y la historia.
La resolución que logra en esos textos de la ultimidad lo muestra como un escritor que tiene algo que decir en el debate posmoderno sobre los exilios, las migraciones y las identidades; una palabra más poética y envolvente, una concepción más lúcida de su propia obra y una madurez notable para sintetizar acontecimientos personales y sociales en la experiencia narrativa lo transforman en una de las voces más personales y significativas de la producción hispanoamericana del último medio siglo.
El viaje hacia el desencuentro que propone “De navíos y borrascas” (1983), la preservación musical de la memoria en “Tres golpes de timbal”(1989) y la recuperación del deseo que intentan los cuentos de “Un silencio de corchea”(1999) parecen resumirse y entretejerse en “Dónde estás con tus ojos celestes”(2005), que recoge, expande y sintetiza la obsesión del escritor por encontrar una patria sin espantos, sin dolores, donde la memoria feliz, inmaterial, ingrávida, esquive la demolición del tiempo y comprenda, como en una visión final, el oculto orden musical del mundo, la partitura última que se escribe como un nombre imposible, Eugenia.
El sitio que describe el desenlace de la novela no es un espacio concluso, ni una llegada ni un encuentro: es una espera, como son todos los sitios moyanianos, pero ahora, y por fin, es el vislumbre de un territorio feliz «un paraíso recobrado donde las pulperas de todos los tiempos cantaban para siempre la canción eterna de la vida»
«Dónde estás con tus ojos celestes” construye la historia evanescente de Eugenia y se construye como novela alrededor de esa operación simbólica. En ese centro descansa la síntesis de su poética, que por momentos recupera la intensidad de “Tres golpes de timbal».
Eugenia, entonces, convoca y magnetiza la multiplicidad del relato: en ella nace la relación espacial entre la pampa y las montañas asturianas, entre Cosquín y Madrid, que luego son un solo espacio en la visión final del texto. Por ella se mezclan las sonoridades musicales del español peninsular con el tono argentino -como el Diccionario de Nebrija en la altitud cordillerana de “Tres golpes de timbal” para buscar el utópico sonido unitivo.
En sus ojos celestes están los ojos de la madre de Juan. Y el recuerdo es latido desde el vientre, esa primera patria. El exilio adquiere aquí otras dimensiones porque nacer es exiliarse y comenzar la búsqueda infinita del «tiempo natal» que el exilio político después repite y expande. El sitio final que imagina el libro, donde se confunden los picos asturianos con la infinitud pampeana, es otro vientre que late, ahora, en la ingravidez musical de la palabra.
La resolución musical del símbolo se afirma, desde el título, en la canción popular «La pulpera de Santa Lucía» que abriga y ofrece otra construcción semiótica: la tensión del país rosista, la persecución y el crimen en medio de la búsqueda amorosa del «payador mazorquero». Esa condensación simbólica atraviesa también otro registro de la novela que se cifra en el padre y su cuchillo, que lo dejó sin madre, sin patria y sin pulpera.
Un recibimiento humano
Un fragmento del primer capítulo, que relata la visión imaginaria de una ciudad («con sus contornos milagrosos y sus torres, sus calles iluminadas y sus ríos silenciosos volcándose en el mar..») es repetido en la última página, como un cierre sinfónico que asume el epílogo de la escritura total de Daniel Moyano, la conciencia de estar escribiendo lo último, que es también lo primero. La cita reiterada de Eliot («Where the rose and the fire are one») y todo el trabajo de unidad simbólica del texto complementan esa formulación y vuelven sobre la idea musical de ligadura.
La coherencia utópica de Moyano viene a contradecir tanto fragmentarismo posmoderno. Su palabra musical y silenciosa contrasta con el ruido y el estupor de todos estos años. El escamoteo del nombre (desde el “Libro de Navíos y borrascas” hasta el escritor sin nombre de “Tres golpes de timbal”) que dice Juan como quien dice Nadie, se levanta como una ironía en el mundo lleno de apellidos y propiedades: los nombres de los personajes de “Tres golpes…” son letras o sonoridades de letras (Emebé, Eme, U, I, Eñe…) y algunos apellidos son homenajes al esplendor del idioma (Calderón, Vega…) en la altitud de América, poblada de nombres apropiados (mulero, cóndor, enlazador, gallo blanco, girasol, minalteño…)
La escritura de Moyano, de la que “Dónde estás…” es su síntesis poética, su coda, se parece más al «recogimiento, a una ida hacia sí, una retirada hacia su casa, como una tierra de asilo, una hospitalidad, una espera, un recibimiento humano», como decía Levinas.
Moyano parece haber terminado de diseñar, en esta entrega póstuma, una escritura del despojo, de la austera conquista de una memoria final resuelta en clave poético-musical. Por eso, tal vez, aquella referencia a la música de Mozart que «siempre estuvo en la naturaleza hasta que millones de años después apareció él para ordenarla y florecerla».
Como quien dispone también todos los instrumentos para la pieza de despedida, el músico-escritor trae a la novela final algunos de los signos que distinguieron su recorrido escriturario. El tren, por ejemplo, que surca las tierras de la infancia y las del exilio, que lo acerca a Córdoba y le descubre Oviedo como si fueran un espacio único donde se dicen el destierro, los desencuentros y las esperanzas. También los barcos, asociados a la ilusión infantil de la lejanía del viejo mundo y luego al exilio y la borrasca. También jardines amurallados, aquí en Cosquín y allá en Madrid, como si fueran uno. Y también todos los lenguajes: desde la ebullición del discurso en la plaza madrileña donde risueñamente discuten hombres de todas las lenguas que dieron vueltas por la Argentina, hasta el lenguaje de la memoria infantil en el relato «La atmósfera», que es funcional y a la vez independiente del libro, donde aparece una palabra única, irrepetible, de intenso vigor poético, con un tratamiento de la frase y la sintaxis no habituales en el decir moyaniano.
Cuando Juan conoce a Eugenia, llueve. Es la tierra mojada por la lluvia que cae “en el comienzo de los tiempos y también de la memoria». Al final de la novela, en Madrid, nuevamente llueve. Sobre los años y el tiempo, llueve. La ligadura sin fin de la escritura de Moyano.
Esta poetización de su narrativa, tan evidente en el esplendor de “Tres golpes de timbal” y en esta novela póstuma, se repite en sus escritos personales, en las cartas que solía cruzar con amigos; en una de ellas, de 1989, hablando de un Congreso en Catamarca, Moyano pone en el tiempo epistolar el mismo estilo narrativo: conviene advertir aquí la distancia con aquel “realismo profundo” de los primeros textos y el tono de quien ha elegido y asumido una escritura renovada, que toma distancia para ver, entender y decir los avatares del tiempo, de la memoria y de la historia:
“Hoy es 16 de noviembre y ha caído el muro de Berlín. Ha muerto Pasionaria y le han dado el premio Príncipe de Asturias a mi siempre muy querido Roa Bastos. Son todas cosas que se vinculan con el tiempo. También recibí carta de un amigo que dice que estuvo en la Universidad de Catamarca y alguna gente se acuerda de una charla mía en medio de la nieve… Hacía como medio siglo que no nevaba en Catamarca y nevó justo el día que yo llegué para hablar de las palabras. Visto desde aquí, ¿cómo decir que ha nevado en Catamarca? A mí no me gusta que nieve en Catamarca porque es como si nevara sobre el tiempo, pero aquella vez nevó y ese asunto reaparece aquí en Madrid, violentamente, saliendo del olvido. Y cuando a uno le remueven el olvido, ese lugar donde se guardan las cosas olvidadas, entonces el panorama térmico se altera y se pone a nevar otra vez en Catamarca”.
Carta de Daniel Moyano al autor, noviembre de 1989
Es el mismo tono narrativo y el mismo universo poético del final de “Tres golpes de timbal”:
«Mientras se descargan allá abajo las nubes que vinieron del sur van llegando otras desde el Pacífico, reventando gotas suspendidas, y se suman a las que tengo enfrente. Y en Minas Altas lloverá toda la noche»
La narrativa que contó la salvación negada de los hombres y sus desencuentros fatales, contó después la posibilidad del desexilio. En su última palabra, en clave musical y en el silencio, dijo la lluvia o la nieve que cae, siempre igual, sobre los años, en un país que no está aquí ni está allá sino en el sitio final de la escritura
Sergio G. Colautti
EL ÁRBOL CULTURA – «AMAMOS LO QUE HACEMOS, TRAZANDO PUENTES