Homenaje a José Luis Dastugue – Por Fernanda Juarez

 Homenaje a José Luis Dastugue –  Por Fernanda Juarez

El pasado sábado se realizó en la biblioteca popular Justo José de Urquiza un homenaje al querido negro José Luis Dastugue. Unos 60 artistas, entre los que estaban en escena y detrás de la misma, se reunieron en una jornada que tuvo de todo pero sobre todo LOVE🖤

Otra querida amiga, nuestra colega Fernanda Juarez, fue la encargada de poner en palabras tanta obra, tanta emoción y tanto amor y hoy nos compartió este, su texto de presentación para que podamos compartirlo con todos los lectores de El árbol cultura. Gracias Fer por tu generosidad, gracias Negro, por tu arte pero sobre todo, por tu vida.

PALABRAS E IMÁGENES: RECUERDOS DE UN ARTISTA MULTIFACÉTICO

Buenas noches, gracias a todos y a todas por acompañarnos hoy en este homenaje a José Luis Dastugue. Habíamos pensado referirnos brevemente a distintos aspectos que este artista desarrolló en el ámbito cultural de nuestra ciudad, a mí me toca referirme a su faceta como artista visual. Pero resulta que así como José Luis es un artista infinito –no nos va alcanzar la vida para recordar su arte- también es, en algún punto, un artista indivisible: pintor, poeta, gestor cultural, curador, crítico, lector, inventor de palabras, flaneur. Es todo eso junto, un artista completo, de una sensibilidad exquisita y –como le sucede a muchos artistas- a veces incomprendido. Quizás, antes de rendirnos ante la imposibilidad de decir algo que lo describa cabalmente, podamos arriesgar una idea: José Luis Dastugue –a través de las distintas disciplinas, artes, oficios, intervenciones, experimentaciones que llevó a cabo a lo largo de su carrera- creó un lenguaje propio, poblado de imágenes, palabras, música, movimientos, gestos que, combinados de una manera única y con un gel de “amorosidad” –como decía él- dio como resultado una obra artística excepcional, en términos de creación de metáforas: quizás, la gran especialidad de José Luis Dastugue. 

Lo primero que vamos a decir, sobre su trayectoria como artista visual, es que José Luis Dastugue era un artista autodidacta. Si bien en su biografía aparece una referencia puntual: haber asistido entre los años 1996 y 2000 al taller libre de plástica “Azul Limón” dirigido por la artista rusa Lidia Makaroff, en Buenos Aires, no podríamos decir que su carrera de artista se basó en estudios académicos formales. Esa definición “taller libre” es una clave para entender la metodología de ese espacio y al que el propio Dastugue se refirió en una entrevista con un medio local: “nunca aprendí la técnica, pero ese taller me dio mucha disciplina y trabajo”. Por otra parte, hay un dato de esa artista Lidia Makaroff, su maestra, que vale la pena mencionar ya que ella se formó en el famosísimo Atellier 17 de Stanley William Hayter – creado en 1927 en Paris y luego trasladado a Nueva York, durante la segunda Guerra Mundial- por donde pasó toda la vanguardia artística del siglo XX: Picasso, Dalí, Giacometti, Kandisky, Rothko, Pollock, etc. Lo cierto es que José Luis Dastugue no fue un artista formateado académicamente, sino alguien que se formó a sí mismo.

Sala del Museo Estafeta Postal Lastenia Torres de Maldonado – Curaduría JLDastugue

¿Qué otras referencias, en cuanto a su formación, aparecen en su biografía? Que provenía de una familia de estucadores, por línea materna. José lo mencionó en distintas ocasiones, haber crecido entre albañiles, en una casa –la de sus abuelos- en la que se veía rodeado de pinturas, herramientas y materiales de construcción. La asociación entre el oficio de la construcción y el oficio artístico es acertada y además nos trae una imagen preciosa sobre cómo él concebía su propio trabajo. También JLD menciona –como parte de su formación- su paso por la ENET, una escuela técnica –donde el dibujo técnico y el trabajo en el taller son dos pilares fundamentales. 

Más adelante, aparece la carrera de Letras Modernas en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC, que sí sería su etapa más académica y sistemática, de educación formal, en una institución universitaria. Otro punto relevante es que José Luis trabajó en librerías –como El Ateneo, Yenny, en Buenos Aires- tarea que seguramente estimuló su vocación por el oficio de la escritura y las artes visuales. Pero además de su interés por la literatura, para José Luis el dibujo siempre estuvo presente, o en todo caso – como él mismo lo mencionó- “las pretensiones de acercarse al dibujo”. Es decir, en su concepción, las dos formas de representación a través de la línea: palabras e imágenes –escritura y creación artística- aparecen juntas, unidas, como dos caras de una misma moneda.

¿Qué significa ser un autodidacta

Alguien que se ha educado a sí mismo. Generalmente el carácter autodidacta –en cualquier disciplina- coincide con un tipo de personalidad (o sensibilidad): alguien con una curiosidad incesante, alguien atento a sus deseos de conocimiento –a esa llama interior-, alguien que tiene un tipo particular de erudición –vasta, dispersa, caprichosa, encendida-, alguien que elige a sus maestros, con quiénes quiere aprender y conversar, alguien dispuesto a la búsqueda perpetua O como bien lo dijo el propio José Luis cuando se definió a sí mismo: “soy un aficionado al estudio”.  También, son pertinentes sus palabras, cuando señala que “de eso se trata, no solamente de demostrar la audacia en el mundo del arte sino también poder demostrar lo que uno va aprendiendo y desaprendiendo”. Y ahí destaco esa palabra “desaprender” como una forma de pensarnos a nosotros mismos en nuestro quehacer en el mundo: seres incompletos, en las tinieblas, en un laberinto que nos lleva a volver siempre sobre nuestros propios pasos en la búsqueda permanente de nuevos significados.

Hay otro componente que podemos agregar, y es que José Luis era una persona del afuera, con mucha calle – como se dice habitualmente-, con una presencia notable en el espacio público. No era un artista del adentro, del encierro, de su casa. Era un artista urbano, andante, lo veíamos –lo vemos aún hoy- pasar en su bicicleta. En este sentido, él también se formó en la calle. Viajó a Chile, a Isla Negra, a Brasil, vivió en Buenos Aires, en Córdoba capital. Estuvo un año haciendo muestras itinerantes, viajando, pintando playas y producto de todo eso cuando regresó a Río Tercero, en 2002, presentó una muestra que tituló «En el silencio la nube que pasa» en la que pudo recrear algo de esos paisajes que había visto. 

Quizás esa serie se acerca, más que ninguna otra, a lo que considero fue el tema principal de la obra de JLD: la soledad. Nuestro amigo tematizó la soledad. En todas sus obras hay algo que finalmente nos lleva a reflexionar sobre el hombre que está solo frente a su destino: la figura humana que cae en el vacío, la casa única que flota en el espacio, o en la playa –tal vez, “la morada del ser”-, ese hombre pequeño –ínfimo- frente a la inmensidad del mundo, la niña sola que nos mira, la nadadora, el gatito, la jirafa, la camisa. JLD creó un universo de seres y objetos únicos –tanto por su singularidad como por su carácter solitario- quizás algo tenía para decirnos sobre la soledad y sus múltiples efectos en la subjetividad. O mejor dicho, sobre las formas de vida solitaria que hemos desarrollado los humanos en el mundo actual.

Sala del Museo Estafeta Postal Lastenia Torres de Maldonado – Curaduría JLDastugue

JLD era una persona multifacética: incansable, JLD organizando, articulando, era un médium entre mucha gente, conectaba mundos, enlazaba universos que sólo podían vincularse porque él los linkeaba. Esa función se tradujo en una considerable cantidad de acciones, como por ejemplo la organización de la Pinacoteca de la Biblioteca Urquiza en 2020 (en plena pandemia) a través de la cual se recuperaron y pusieron en valor un total de 48 obras, entre las cuales se encuentran pinturas, fotografías, dibujos y serigrafías, en su mayoría de artistas locales y de la región. Esa colección permanente, que es uno de nuestros máximos acervos, patrimonio artístico y cultural de la ciudad puede ser apreciada a diario por los riotercerences. Otros proyectos que podemos mencionar son las muestras colectivas que organizó JLD con artistas emergentes de la ciudad: “Picnic colectivaland” (2019), “Big Bang, artistas en expansión”; “Trastienda Petricor”  – además el hallazgo de esa palabra “petricor” en referencia al aroma que se desprende de la tierra cuando se moja, después de la lluvia-  o las múltiples acciones que encaró con su propia productora, 11 11 Studio. En todos esos proyectos estuvimos juntos y hoy extraño, verdaderamente, esa energía, esa voluntad, ese aleteo vital de JLD, esa fuerza arrolladora para llevar adelante una iniciativa, contra viento y marea –y generalmente, con escasos recursos. Su presencia –lo sabemos- movía el mundo y esa impronta, esa energía inconmensurable, quedará también como una huella de luz entre todos nosotros. 

Decíamos, entonces, que en la obra de José Luis Dastugue, la palabra tiene un peso específico. En este sentido, la relación visual-textual, es clave para comprender su obra.  “En cada acto de mirar –dice John Berger- hay una expectativa de sentido. Esta expectativa debería ser distinguida del deseo de una explicación. Aquel que mira puede explicar después: pero previo a cualquier explicación está la expectativa de lo que las apariencias mismas podrían revelar”. Es en ese carácter revelador – u “oracular”- donde Dastugue ancla la creación de un lenguaje propio, visual/textual. Y es en ese periplo por las imágenes que el espectador parece flotar en medio de los sentidos: entre el pleno goce de las apariencias visuales y la inscripción de ciertas palabras originales  –derivadas del japonés, del griego antiguo, del comic, del pop- que se presentan como acertijos en su obra. 

En este sentido, en la obra de JLD se evidencia el deseo de llegar a la sinestesia entre imágenes y palabras. Se trata de la vieja ambición del arte de crear metáforas que abarquen distintos registros sensibles: con un pie en lo visual y otro en el lenguaje de las palabras.

Como decíamos anteriormente, José Luis Dastugue, creó un lenguaje propio, maravilloso, atento a las palabras –mitad en castellano, mitad en inglés- y a las imágenes del mundo. Sólo basta mencionar algunos títulos de las muestras y proyectos que llevó adelante en nuestra ciudad: “Baby”; “Weekend / inventar el mundo”; “Candy, ternura y animales”; “Kenshó – relatos visuales”; “El aire conmovido – realismo extremo”; “En el silencio de la nube que pasa”; Los “Ú-Ú”; “Poemas del aire – sólo bossa nova”; “En este silencio en este mundo – expresionismo lírico”, entre otros títulos. Son frases encantadas, que en nuestra experiencia – como público- están íntimamente ligadas al recuerdo de las imágenes increíbles que de ahí salieron.

Y esto nos lleva a otra cuestión de orden social y es que la obra de JLD reunía fragmentos, estaba compuesta por partículas, astillas  –materiales y simbólicas- de nuestra sociedad: “Todas las producciones de Dastugue remiten a un momento previo al de la creación: y es el momento de recolección y selección de todo aquello con lo que finalmente se compondrán sus obras. Una búsqueda atenta de materiales sensibles –retazos de la vida en la ciudad, registros de sensaciones o palabras imantadas- que una vez procesados por un arte combinatorio pueden llegar a convertirse en algo bello. La atracción por la materialidad de los objetos revela un torrente de afectividad que emana de los recuerdos de infancia, o de un registro lúcido de las experiencias cotidianas y el sentido del vivir. Quizás en esa empresa para transformar los deshechos del mundo en algo hermoso se esconda la apuesta política del artista: la utopía de un mundo bello es también la de un mundo más justo”.

Sala del Museo Estafeta Postal Lastenia Torres de Maldonado – Curaduría JLDastugue

Ante de finalizar, quisiera decir algo que resulta sumamente perturbador y es ese destino caprichoso, injusto -como suele ser el destino- de la obra que produjo JLD. O sea, estamos frente a un artista cuya obra, en gran parte, fue consumida por el fuego. Ciertamente es perturbador pero, paradójicamente, ese destino es también conmovedor y poético. Esta cuestión acerca de la “inmaterialidad” –que es la condición actual de la obra de José Luis-, por un lado, refuerza la sensación de pérdida o de vacío que sobreviene tras la desaparición de un ser querido; y, por otro lado, nos lleva a preguntarnos sobre aquello que queda de un arista –esas migajas de la creación-, la huella de una persona, en su paso por este mundo. 

Sabemos que parte de ese rastro se configura en torno al nombre de una persona. Nos referimos, en este caso, a la función intransitiva del nombre, asociada a nuestra propia identidad. El nombre como esa cobertura lingüística que remite a los hechos más o menos conocidos de nuestra vida. El nombre como un especie de imán en torno del cual van a girar esas limaduras dispersas que podríamos llamar el “yo”, aquello que nosotros somos. 

Pero también hay otra función, que es muy importante, y es la función transitiva del nombre. El nombre nos va a permitir que después de que muramos sigamos siendo nosotros mismos. En esta función de transferencia –de legado- precisamente, quiero poner el acento. Quienes hemos quedado de este lado, sabemos bien que JLD ha escrito y dibujado en la piedra. Es decir, ha dejado un tipo de huella que no desaparece con el paso del tiempo. Como su apellido Dastugue, -de origen vasco francés- que deriva de una voz -“pedregal”- la cual, efectivamente, contiene como significado a la piedra.

Bueno, en síntesis, todo esto, para decir que el mundo -o sea, nuestro Río Tercero- fue más hermoso, más bello, gracias a la presencia y a la labor incansable, infinita, multifacética de nuestro adorado José Luis Dastugue, quien además, nos regaló un lugar a dónde siempre podremos volver a encontrarnos con él: ese ramillete de metáforas preciosas, únicas, que él creó y que constituyen una pregunta abierta sobre el sentido de nuestra existencia en el mundo. 

Fernanda Juárez*

Río Tercero, 23 de septiembre de 2023.

*Magíster en Comunicación y Cultura Contemporánea (UNC) Docente de la UNC y en la Universidad Provincial de Córdoba. En 2018 publicó «Al rescate de lo bello» (Caballo negro editora) una compilación de textos del escritor y periodista Jorge Barón Biza, con quien colaboró en trabajos de crítica de arte. Participó de diversas publicaciones universitarias como Hoy la Un iversidad, Revista Alfilo, Interferencia, entre otros. Colabora con sus textos de curaduría y crítica de arte en El Árbol Cultura.

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