«El sol mueve la sombra de las cosas quietas» Alejandra Kamiya

 «El sol mueve la sombra de las cosas quietas» Alejandra Kamiya

Comienza la sección ¿A dónde va ese camino de hormigas? crónicas lectoras de Carolina Pittinari. En esta sección irán encontrando reseñas de libros leídos por ella, desmenuzados de manera de invitar a los lectores del árbol a sumergirse en el universo literario propuesto por el autor elegido en cada entrega. Quedan todos avisados, no pierdan esta oportunidad del encuentro con libro y el placer que el mismo provoca.

Libro: “El sol mueve la sombra de las cosas quietas”

Autora: Alejandra Kamiya

@editorialbajolaluna

Conocí a Alejandra Kamiya a través de su cuento “La casa”, leído por Laura Escudero en un taller literario virtual (2020, cuarentena). Ese cuento, que forma parte del libro “El sol mueve la sombra de las cosas quietas”, quedó dándome vueltas en la cabeza mucho rato. Volvía en cualquier momento como una aparición. Me rondaban esas palabras, ese orden del lenguaje que parecía otro. Decir que la casa había crecido en vez de haber sido construída, ladrillo sobre ladrillo, lo cambiaba todo. 

Después de varias búsquedas, conseguí el libro, lo compré, y lo leí. 

Es el paso del tiempo lo que subyace en todos los textos y en ese título maravilloso. Decir sin decir pienso: 

“el sol mueve la sombra de las cosas quietas” repito y todo lo no dicho se pronuncia por dentro, entre las palabras. El tiempo está inundándolo todo, mientras el sol surca la casa y va dibujando sombras. Entonces vuelvo a pensar en el poder de las palabras que se pronuncian dentro de un libro. Porque el sol pasa todos los días por mi casa, de este a oeste, ilumina y oculta rincones con un ritmo metódico, pero yo, lo veo ahora -después de leer esa frase, este libro, a esta autora-,  de otra manera, con una nueva sensibilidad hacia su luz y su sombra. 

Un libro de cuentos con historias diferentes pero iguales, historias que podrían ser la mía, la tuya, algunas que erizan la piel y otras apaciguan el espíritu con una tristeza dulce y amable. 

Cada cuento deshoja sus personajes como margaritas, una a una van cayendo sus manías y sus dones… pero más sus manías. Esos pequeños detalles que los hacen únicos -como vos, como yo-, dignos de lectura y escritura.

“Nunca fui feliz sin estar cansada, pensó un día…”

“Había olvidado todo, menos de quién era cada uno de los pañuelos”

“ “Vos andá que yo te miro”, me decía cuando era pequeña, y yo ya no tenía miedo…”

Atravesando el texto -lo que se dice-, por detrás y por debajo, quién pudiera saber con qué mecanismos o magia narrativa, está presente la palabra poética, la mirada poética del mundo. Y es ahí donde me enamoro de esta autora y de esta manera de contar que aún no logro descifrar del todo – y quizás allí reside su maravilla para mí-.

Una montaña de espuma mientras se lava los platos; hojas amarillas como mariposas que caen y revolotean en un pequeño rincón de la casa; el corazón que da patadas dentro del pecho; los pies amasando el adobe como quien amasa la vida.

También está la magia de los pliegues (que me enseñó a descubrir Laura durante el taller). Pliegues que se van abriendo en el relato como si peláramos una cebolla. Pequeñas bifurcaciones, caminos paralelos, rinconcitos para espiar… pero siempre, siempre, siempre lo narrado en el centro. Kamiya no deja escapar lo que está contando en ningún momento, sabe qué es lo que quiere decir con esa historia y todo se vuelve transparente y fluye como agua. Agradezco esa claridad, ese centro del relato que no me deja escapar hacia los bordes, aunque me tiente. 

Un libro que siempre estoy releyendo, ahora lápiz en mano para subrayar todo eso que me deja en pausa la voz. Y al que volveré muchas veces, aunque sepa hacia dónde van las historias, conozca los personajes como si fueran de carne y hueso, aunque repita frases de memoria en voz susurrada solo para mí. Es otra cosa lo que me llama, es el placer de la lectura por encima de todo, los labios moviéndose para formar las letras que nombran, la mirada siguiendo una línea de puntos de tinta que podría ser un camino de hormigas en la página. Es ese momento que se disfruta con todo el cuerpo, el roce del papel, el mundo que se evapora alrededor para que no quede más que el libro en las manos.

Disfruto leerte Alejandra, escaparme por los caminitos entre los yuyos altos o correr como loca dándole la espalda a la avenida.

Carolina Pittinari

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