Lo digno en la indigna pobreza – por Gustavo Ramirez

 Lo digno en la indigna pobreza – por Gustavo Ramirez

Una nueva colaboración del escritor y profesor Gustavo Ramirez llega desde Almafuerte y pone en jaque literariamente conceptos arraigados y obligan a reflexionar. Esta vez su lectura de Albert Camus lo llevan a cuestionar, a pensar, a discutir temas cotidianos que suelen invisibilizarse en el trajín de la vida cotidiana, o bien suelen despertar reacciones de las más extremas. Aquí el desglose de la lectura que realizó Gustavo sobre la obra de Camus.

Lo digno en la indigna pobreza

Este verano pudo regalar variadas lecturas. Una, quizá la primera que impactó con mucha fuerza fue un texto póstumo de Albert Camus. El primer hombre.

En el devenir de lo cotidiano, en el supermercado, la espera de un cajero, la charla con algún colega, mientas avanzaba en la lecturade la obra podía reconocer mucho de lo relatado en esas páginas.

Pero mientras debatía en la calle, o en ámbitos institucionales una expresión como “pobreza digna”, no podía separar el texto de las ideas que recorrían cada uno de los intercambios.

En esta obra, el autor construye una novela autobiográfica, situada en una Argelia de mediados del siglo XX.

Para poner en contexto el gran relato del Nobel de literatura, tenemos que recordar varios elementos que cargan las palabras de sentidos potentes.

Francia invade esa parte del territorio del continente africano en 1830 y los libros de historia dicen que abandona la colonia en 1962.

Durante el periodo colonial el invasor pudo hasta fijar los límites de la actual Argelia. El peso político y en lo referente a la organización social fue preponderante. Los colonos, emigrados de varios países de Europa comienzan a poblar el territorio.

Es en Argelia donde Francia prácticamente funda una escuela de tortura, donde forma a los cuadros militares que luego toman el poder en Latinoamérica y en especial en Argentina durante la mitad del S.XX. Parece que las consignas de la revolución francesa, fuera del territorio no se sostuvieron demasiado.

Los descendientes de esos habitantes europeos de la colonia conforman ese sector social al que pertenecía Camus, despreciados por los originarios y negados por la centralidad invasora.

Es en esa realidad que nacen, crecen y mueren varias generaciones. El escritor pertenece a esa clase inmersa en la pobreza. A la que se le niega la formación más allá de los rudimentos básicos de las matemáticas, el manejo esencial de la lecto-escritura y, como componente más intenso, la resignación de transformase en una masa trabajadora con ingresos que sólo le permitirán la subsistencia. Es en esas condiciones que una familia cualquiera veía en los niños fuerza de trabajo para aportar ingresos que les permitieran alimentar a todos los integrantes y habitantes de casas en general pequeñas y donde el hacinamiento era algo común.

Estas y otras condiciones son las que hacen que la jefa de familia de esta novela, la abuela de Albert, en principio se opone a que el niño concurse una beca para continuar sus estudios en el instituto, el equivalente a nuestro nivel medio. Pero la insistencia del maestro logra torcer el destino de ese habitante que no pertenece a ningún lugar.

Un niño que no es europeo, tampoco es árabe, pero si es pobre y condenado a trabajos mal pagos, pero que es reconocido por el docente. Éste posa la mirada sobre el estudiante y puede visualizar algo que nadie puede registrar. Un potencial que debe ser alimentado. Pero también es consciente de la imposibilidad económica y como única salida está la de concursar la beca.

Logra ingresar al instituto y el final es ya conocido. Albert Camus llega a ganar el Nobel de Literatura.

La descripción de esa infancia en la pobreza es bellísima. No pensemos en romantizar las penurias de una clase que solo logra subsistir, sino que podemos reconocer la genialidad del autor que nos muestra la crudeza de una forma de vivir sin apelar a la autocompasión. Es solo la imagen de una realidad que en cualquier niño deja marca, pero a la hora de relatar el recuerdo, no cualquier adulto puede ser tan claro.

Fuera de la obra y metido en la realidad, mientras recorría el final del año, con la carga laboral que significa eso, también recorría las páginas y me encontraba con gente que repetía cierta expresión. Ahora me pregunto si la recurrencia de esa idea expresada por otros y que yo podía reconocer estaba dada por la lectura y mi especial atención sobre el tema, o si algo estaba pasando que motivaba esas palabras.

“Pobreza digna”. “Planeros”. “Subsidiados”. Quienes repetían las palabras pertenecen a un sector social que ha tenido y tiene cierto nivel de comodidad, personas que no han sufrido por necesidades básicas insatisfechas, herederos de cierto capital que les permiten no preocuparse por el sustento diario, pero también lo escuché de ciertos trabajadores que fruto de mucho esfuerzo lograron traspasar ese límite que marca la pobreza. Entonces pensaba cómo es que se visualiza, cómo es que construimos socialmente la idea de pobreza y cómo debe ser soportada y vivida.

Entonces en cada debate que pude llevar adelante encontré un factor común cuando se apelaba a la idea de “pobreza digna”.

Parece que la dignidad de un pobre está dada por la resistencia al trato indigno. Mientras más soporte los dolores, las afrentas, las injusticias propias de la pobreza, sin quejarse, más dignos es.

Aquel que se atreve a reclamar algún derecho, que de alguna manera pueda evidenciar la injusticia en la que vive, se convierte en un ser que no merece el respeto de los sectores de la sociedad que son los mismos que aprovechan esa debilidad para sostener su situación de poder. Y la ecuación se agrava cuando recae sobre él o ellos el mote de “planeros”. Cuando reciben la asistencia del estado para poder subsanar algunas de las injusticias de las que son víctimas.

Volviendo al texto de Camus, si analizamos detenidamente, de su familia sólo él pudo formarse y salir de esa marginación en la que vivía, no solo por cuestiones económicas sino también raciales. Sus amigos también quedaron en ese lugar. De ese numeroso entorno, solo uno pudo salir, Albert Camus. Y si preguntamos, ¿los demás habrán querido mejorar su vida? ¿Qué respuesta recibiríamos? ¿Y los que quisieron y no pudieron? ¿Y los que, como el tío, dejan su cuerpo en un trabajo en extremo demandante a nivel físico y no lo logran, son responsables?

Son estas las preguntas que en general terminan toda discusión en este sentido.

La pobreza no puede ser digna si condena a no poder realizarse en ningún sentido. Reconozcamos que alguien que deja toda su energía a diario para solo poder alimentarse no puede tener ni siquiera la dignidad de la opinión. Mucho menos poder elegir. Toda posibilidad de salida se ve coartada cada hora de su existencia mientras deja todo su esfuerzo para poder llegar a cubrir malamente algunas necesidades básicas.

En el momento que el tío y sus compañeros de trabajo y amigos pueden, se escapan a pescar, comer y emborracharse. Su momento de ocio, escaso, se llena de excesos de los más básicos.

A veces se necesita la mirada de otro para poder escapar a un destino que parece marcado, el niño se cruzó con el maestro. Pero si esa mirada no está, ¿cómo se equilibra la balanza?

Es ahí donde parece que el estado debe hacerse presente y habitar una sociedad un poco más comprensiva.

Camus expone en la obra varios temas, en este escrito quiero poner atención en este en particular porque mientras disfrutaba del recorrido de las palabras, el afuera de la obra me lo marcaba todo el tiempo. Los discursos que escuchaba marcaban la dignidad del pobre como algo que se debía recuperar, por eso es que quisiera desmenuzar la idea que contiene esa palabra puesta en boca de quienes la enunciaron.

*Gustavo Ramirez es Profesor de lengua y literatura. Lector y escritor. Autor, entre otros textos, del audiocuento visual Capucha (2020) y de más textos y ensayos que iremos compartiendo en las ramas de este árbol. Actualmente, Gustavo vive en la localidad de Almafuerte, Córdoba. Argentina.

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